quinta-feira, julho 18, 2013

De novo partiu.

Saiu pela madrugada serena e amena rumo a um céu sem arco-íris, despido de nuvens ou esperanças.

A mala vai rolando pelo chão empedrado, saltitando constantemente, ao ritmo da pipoca na panela, constante, sem pausas nem descanso, imperturbável até ao definitivo adeus, a despedida depois todas as incontáveis despedidas que nos lábios vão surgindo.

sexta-feira, abril 19, 2013


La capilla rosada, con su pequeño sobradillo, debe haber sido construida por hombres buenos y delicados y, además, muy piadosos.

Se me ha dicho a menudo que hoy en día ya no quedan hombres piadosos, es lo mismo que decir qu ya no hay música ni cielos azules. Creo que hay mucha gente piadosa. Yo mismo lo soy. Pero no lo he sido siempre.

El camino de la piedad puede ser diferente para cada uno. En mi caso pasó por muchos errores y sufrimientos, por muchos tormentos interiores, por arrogantes tonterías, por selvas de necedades. Era librepensador y sabía que la piedad es una enfermedad del alma. Era asceta y me hundí muchos clavos en la carne. No sabía que ser piadoso significa alegría y salud.

La piedad no es otra cosa que confianza. Tiene confianza la persona sencilla, sana, inofensiva, el niño, el salvaje. A mí, que no era sencillo ni inofensivo, la confianza tuvo que llegarme después de muchos rodeos. El principio es confianza en sí mismo. La fe no se alcanza con cálculos, culpa y escrúpulos de conciencia, ni con mortificaciones y sacrificios. Todos estos esfuerzos van dirigidos a dioses que habitan fuera de nosotros. El Dios en quien debemos creer está en nuestro interior. Quien se niega a sí mismo, no puede aceptar a Dios.

¡Oh, querida e íntima capilla de esta región! Llevas los signos e inscripciones de un Dios que no es el mío. Tus fieles rezan oraciones cuyas palabras no conozco. Sin embargo, puedo rezar en tu interior tan bien como en el encinar o en el valle. Floreces entre el verdor, amarilla, blanca o rosada, como las canciones de primavera de la juventud. En tu interior todas las oraciones son santas y están permitidas.
La oración es tan santa y tan redentora como el canto. La oración es confianza, es confirmación. Quien verdaderamente reza, no suplica, solo enumera sus circunstancias y necesidades, canta su sufrimiento y gratitud. Tal como cantan los niños. Así rezaron los santos ermitaños que están pintados entre sus oasis y corzos en el cementerio de Pisa; es la pintura más hermosa del mundo. Así rezan también los árboles, los animales. En los cuadros de los buenos pintores, rezan cada árbol y cada montaña.
Quien procede de una devota familia, ha de recorrer un largo camino hasta llegar a esta oración. Conoce los infiernos de la conciencia, conoce la punzada mortal de la división de sí mismo, ha sentido la incisión, el tormento, la desesperación de toda índole. Hacia el final del camino descubre con asombro lo fácil, infantil y natural que es la bienaventuranza que ha buscado por senderos tan espinosos. Pero los caminos de espinas no han sido inútiles. El prodigio es diferente del que siempre ha permanecido en el hogar. Ama con más efusión y está más libre de justicia e ilusiones. La justicia es la virtud del que se ha quedado en casa, una virtud antigua, una virtud del hombre primitivo. Nuestra generación no puede hacer uso de ella. Solo conocemos una felicidad: el amor, y una única virtud: la confianza.

Envidio a estas capillas por sus fieles, por sus comunidades. Cien fieles le exponen sus sufrimientos, cien niños ponen coronas en sus puertas y les ofrecen sus velas. En cambio, nuestra fe, la piedad de los pródigos, es solitaria. Los de la fe antigua no quieren ser compañeros nuestros, y las corrientes del mundo pasan muy lejos de nuestras islas.

Arranco flores de la pradera contigua, primaveras, tréboles, ranúnculos, y las deposito ante el altar de la capilla. Me siento en el pretil, bajo el sobradillo, y tarareo un cántico piadoso en la quietud de la mañana. Mi sombrero está sobre el muro de color pardo, y una mariposa azul se detiene en él. En el valle lejano silba, fina y suavemente, un tren. En los arbustos aún centella, aquí e allí, una gota de roció.

“El Caminante”, Hermann Hesse

quinta-feira, fevereiro 07, 2013


"A china é um pais agrícola, e as gentes que formam os seus alicerces vivem do produto da terra. Talvez no meu próprio país, a América, onde a máquina é tão fundamental como o solo, o trabalhador seja tão necessário como o camponês. Talvez se sinta tão ligado à máquina como este à terra. Penso muito sobre isto todas as vezes que me encontro junto de uma máquina, em qualquer fábrica. Vejo a imensa complexidade do aço e o pequeno operário que a controla. Poderá ele exprimir-se a sim próprio através dessa máquina? Será o produto da maquina também um produto de si mesmo? Se o é, haverá nesse produto o mesmo sentido que existe na colheita que um camponês retira da terra? Será necessário que o homem possua a máquina antes mesmo de ter completado o processo espiritualmente, ou o mero ato de usá-la para a produção satisfaz as suas necessidades, tanto espirituais como corporais?

No que se refere à máquina não tenho resposta para tais perguntas, pois, para mim, ela continua a ser uma coisa estranha e, por mais que queira, ainda não me convenci de que o homem é o seu senhor absoluto. A máquina não lhe dá paz. Tem de vigiá-la a cada momento, acorrendo às vezes para corrigir um erro que ela fez, outras vezes para alimentá-la com óleo e água; e não pode descuidar-se, tem de tirar o produto da máquina no momento exato, pois de contrário este pode ser destruído pela estupidez da mesma, que ignora quando o seu dever foi cumprido e terminou a sua própria criação. Não há tempo de entender a máquina, porque tem de ser observada continuamente. Quando, enfim, ela para, o homem encontra-se mais exausto do que em paz.

O mesmo não acontece com o homem que trabalha a terra. Embora em algumas horas ele seja forçado a trabalhar intensamente para precaver-se contra a tempestade e a desgraça; embora às vezes tenha de se apressar para semear a terra ou colher o grão maduro, mesmo assim há longas horas ao longo das quais se cultiva vagarosamente o seu campo, planta, rega, e enriquece o solo. Se se sente cansado, para quando quer para dormir, beber, comer ou ate mesmo admirara a alvorada, o por do Sol ou o nascer da Lua.  As horas são longas mas cheias de paz. Ao fim do dia ele sente-se cansado, mas não dominado. É o seu próprio senhor, mesmo quando a terra lhe nega os seus frutos e o obriga a abandoná-la por algum tempo.

Tais são as coisas boas da terra, e os homens e as mulheres que nela vivem são uma gente boa. Os maus são poucos e esses não são verdadeiros camponeses, mas sim aqueles que fogem da terra e vivem à custa dos outros, mediante qualquer processo. São os parasitas, como tal, não passam de seres desprezíveis. Não enganam a ninguém senão a sim próprios. Os bons toleram-nos por algum tempo, pois a bondade significa inevitavelmente paciência e compaixão. Contudo, a retidão e a justiça, que também são atributos da bondade, exigem que os maus sejam expulsos."

"Terra Bendita", prefácio da autora (1949), Pearl S. Buck
tradução Fernando de Macedo, edição "Livros do Brasil"